Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver una charla Ted (www.ted.com) en la que el psicólogo Barry Schwartz hablaba sobre la paradoja de la elección. Él plantea que en el mundo occidental actual vivimos con una posibilidad de elección casi ilimitada, donde sabemos que prácticamente cualquier necesidad que tengamos puede ser satisfecha por algún producto/servicio específico. Es cosa de ver cómo la tendencia va hacia la customización. Ya no compramos solo un auto en el que elegimos el color exterior, sino que podemos personalizarle los asientos, las llantas, la radio y parlante, la cantidad de accesorios, cilindrada, etcétera. Lo mismo ocurre con celulares, ropa, programas de vaciones y cualquier otro ámbito de consumo. A primera vista todos estaremos de acuerdo en que los efectos pueden ser positivos. Sin embargo, Schwartz lleva el análisis un poco más allá y plantea que el exceso de opciones termina por generar insatisfacción dado que se va produciendo un aumento exagerado de nuestras expectativas. Y ahora, ante tanta oferta, cada vez que elegimos nos podemos quedar con la sensación de que tal vez pudimos haber elegido mejor. Esto se relaciona con el concepto económico del Costo de Oportunidad, que básicamente se refiere a lo que dejamos de acceder por haber tomado una elección determinada.
Otra consecuencia del exceso de oferta es que más allá de aumentar nuestra libertad de elección, se ha visto que termina por generar parálisis. Esto ocurre porque en la medida que aumentan las alternativas disponibles, se hace más difícil hacer un análisis comparativo y tomar una decisión con confianza. Es cosa de pensar en los planes de salud. Cada plan tiene puntos fuertes y otros débiles, dependiendo de la situación en la que estemos. Si queremos leernos todos los planes de salud disponibles en el mercado y compararlos uno a uno, la cantidad de tiempo que tendríamos que dedicarle sería enorme y aún así nadie nos aseguraría que la opción sería “LA” correcta. En estas condiciones vemos nuestra satisfacción disminuida cada vez que elegimos, a pesar de que la elección que hayamos hecho sea realmente buena. Todo esto es consecuencia de las expectativas de perfección a las que nos estamos acostumbrando. Queremos algo perfecto, algo que calce con nuestras necesidades tal como queremos, sino lo desechamos al poco rato.
Y en el plano afectivo ocurre algo similar. En el pasado la gente buscaba casarse joven y tener hartos hijos también a edades tempranas. Si hacías eso, estabas cumpliendo con la normativa social y tenías que preocuparte de mantener a tu familia y darle una buena educación. Hoy las exigencias y expectativas han cambiado, complejizando mucho más lo que esperamos de la vida. Además no todos buscan lo mismo. Ni nos sentimos tan obligados a seguir un único camino. Pero en términos generales, hombres y mujeres buscamos ser exitosos en nuestro campo de trabajo. O tener salud. Entretención constante. Queremos que nos den cariño pero que no sean demasiado absorbentes. Buscamos viajar y conocer el mundo. Tener hijos. Pero no solo eso. Hijos deportistas, inteligentes, educados de la mejor manera, preparados para un mundo complejo, competitivo y especializado. Queremos que nuestra pareja sea una partner, amiga, amante apasionada, madre, compañera de aventuras, y la lista sigue. Y como buscamos la satisfacción inmediata y total de nuestras expectativas, no es raro que experimentemos esa disminución de la satisfacción en cuanto a nuestras elecciones por el hecho de creer que por la decisión que tomamos, dejamos de aprovechar otras opciones. Aquí se hace patente la vivencia del costo de oportunidad. Por casarte puede que estés dejando de viajar, o estés compartiendo menos con tus amigos, o por tener hijos tendrás que gastar tu presupuesto en determinadas cosas que te impedirán hacerlo en aquel hobby que tanto te gusta.
Ante tanta presión y tantas opciones, lo que se ve es que cada vez nos estamos casando más viejos, o aplazando decisiones para mantener nuestras opciones abiertas. O tomando decisiones pero arrepintiéndonos al poco andar. El punto es hasta dónde llegaremos con estas exigencias cada vez mayores. Pareciera que tener bajas expectativas sería la solución. Pero no suena muy atractivo, ¿cierto? El desafío posiblemente está en lograr un equilibrio entre nuestras expectativas y la realidad. También en ser capaces de asumir un compromiso, el cuál implica entender que somos responsables de nuestras elecciones y que asumimos que no serán perfectas. En este punto me hace sentido el concepto de “madre suficientemente buena” que Winnicot popularizó hace décadas. Y el mensaje no es que debamos conformarnos o ser mediocres. Por el contrario. Creo que la idea es ser realistas y entender que no hay nadie perfecto -partiendo por uno mismo. Que aquello que nos falta no está allá afuera en alguien que tenga que venir a completarnos o satisfacernos. Querer al otro por lo que es, diferenciado de nosotros, implica verlo como un ser total, como alguien con defectos y virtudes y como alguien que posiblemente podrá pulir determinados aspectos que no nos gusten, pero que de seguro tendrá varias cosas que definitivamente no querrá/podrá cambiar. Según Gottman aproximadamente el 70% de los problemas de pareja ¡no son solucionables! Y el punto es querernos y aceptarnos con eso que no nos gusta. Que al poner las cosas en la balanza, el promedio nos de positivo. Que cuando comparemos las experiencias satisfactorias de las insatisfactorias con nuestra pareja, nos quedemos con la sensación de que quien tenemos al lado es lo suficientemente bueno -no perfecto- para nosotros. Las relaciones siempre tendrán insatisfacciones, implicarán ajustes, compromiso y entrega mutua. El que no entiende eso difícilmente será capaz de vincularse realmente con un otro a largo plazo.